sábado, 4 de septiembre de 2010

¿Somos esclavos de las marcas?

Hoy aceptamos como normal que sean las marcas comerciales las que definan nuestra identidad. Así, hasta la prenda más íntima cede su mayor espacio para mostrar el nombre del fabricante, como ocurre en el caso de Calvin Klein. Ya no nos ponemos un polo, sino un Lacoste, un Yves Sait-Laurent, un Tommy Hilfiger,... Lo mismo ocurre con nuestros pantalones que son Levi's, Lee, Burberry's, Pepe, etc. Incluso nuestro calzado viene marcado con Nile, Adidas, Reebok, Puma,...

Los dioses del mercado libre nos dan libertad de escoger, pero nos ponen muy difícil escoger algo que no lleve marca. Yo he hecho la prueba de buscar en las tiendas un polo sin marca en el pecho. Sólo lo encontré en Intermón-Oxfam. O directamente en las fábricas.

Poco hemos cambiado desde los tiempos de John Locke (1632-1703), maestro de la tolerancia para con todas las religiones pero no con los ateos. Lo mismo ocurre con el liberalismo actual, del que fue su iniciador, que tolera que elijas entre disintas marcas pero no que elijas llevar ninguna.

Dice Santiago Alba Rico que sólo nombramos aquello que hemos hecho con nuestras propias manos, lo que añadimos a nuestra propia vida por el largo uso o la atención constante, o lo que es objeto de nuestro deseo... En cambio:
"Las grandes empresas y multinacionales marcan sus productos -confeccionados por desconocidos- y venden de hecho no los productos sino las marcas, con las que marcan a millones y millones de consumidores. Los coches no tienen nombre propio, al contrario que los barcos, porque nunca llegamos a apropiárnoslos a través del uso; siguen siendo propiedad de Seat, Volkswagen o Mercedes y nuestro prestigio no depende de que el coche sea nuestro -y lo amemos como a una cuchara de palo o a una vaca- sino de que nosotros portemos orgullosos la marca de nuestra ausencia y desposesión". (http://rebelion.org/noticia.php?id=112240)
Y hace una reflexión muy oportuna:
"Hay que defender los nombres y defenderlos también como medida de la producción y del consumo. ¿Cuántas cosas debemos poseer? ¿Cuándo debemos cambiarlas por otras? El cálculo es sencillo. Debemos ser tan pobres como sea necesario para poder poner nombre a todas nuestras cosas y usarlas tanto tiempo como sea indispensable para que respondan cuando las llamemos".
También Naomi Klein, en su No logo: el poder de las marcas, denunciaba que las grandes empresas ya no fabrican, sino que subcontratan la producción en terceros países, y se dedican exclusivamente al márketing de la marca. Según ella, las corporaciones estarían cada vez menos interesadas en vender productos, pero sí en vendernos modos de vida e imágenes.

Y es que en algún momento nos convertimos en consumidores al tiempo que olvidábamos que éramos ciudadanos. Consecuencia lógica de esa nueva religión que es el mercado libre.

1 comentario:

  1. En el artículo de Alba Rico hay una frase que no he incluido como cita y que me parece interesante: "Nombramos lo que hemos hecho con nuestras propias manos (incluido, claro, el cuerpo del amado, fabricado por nuestras caricias, construido con nuestra ternura, rebautizado una y otra vez, para aferrarlo mejor, con toda clase de diminutivos y paranimias)".

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